miércoles, 19 de mayo de 2010

Q' oNdA cOn DiOs??




En la vida cotidiana se hace uso de frases hechas para expresar admiración, gusto, susto, disgusto, acuerdo o desacuerdo, por ejemplo: ¡Oh, por Dios! ¡Que Dios nos proteja! ¡Dios mío! ¡Santo Dios! ¡Que Dios te bendiga! ¡Ve con Dios! ¡Quiera Dios! ¡Sabrá Dios! ¡Válgame Dios! ¡Primero Dios! ¡Gracias a Dios! Por mencionar algunas. Sin embargo, aunque éstas sean frases hechas o simples exclamaciones, cabe preguntar ¿a qué nos referimos al hablar de “Dios”? Ya que pareciera un término que puede ser usado para cualquier ocasión, pero que en determinadas situaciones puede causar equívocos, confusión o desacuerdos. De este modo, el término “Dios” no es tan inmediato, ni asequible, ni presente, no siempre familiar y en consecuencia, no tan fácil de postular como el “gran dato”, tal como la Ilustración pretendía plantearlo.

Con todo y a pesar de que en nuestros días el concepto “Dios” no parece ser un dato seguro, especialmente para la filosofía y la ciencia, no podemos dejar de lado el hecho de que es actual y que para un amplio sector de la población, particularmente para la gente sencilla, “Dios” no es sólo un concepto, sino toda una realidad, y una realidad que fundamenta y sustenta sus propias vidas.

Ahora bien, para creyentes y ateos, en sus vertientes radicales, no existe tal cuestionamiento sobre Dios, a unos por convencidos y a otros por descreídos. No obstante, hay un sector intermedio de personas que se debaten entre el “sí y el no” de la fe, que están a un paso de la creencia y a otro de la increencia. Sería injusto tacharlos de “tibios” cuando lo que buscan es poder hablar con sentido sobre la realidad divina de frente al mal, la verdad, el amor, la muerte, el absurdo y todo lo que aqueja a la existencia humana y se preguntan por Dios, por el hombre y por el mundo.

Es posible constatar que al hombre le viene inherente una inquietud que trata de explicar su mundo y que le interroga por el significado y dirección de su existencia, cosa que no encuentra en las cosas que se le aparecen a la mano, por lo que, busca insistentemente un principio y fundamento último de sí y su libertad. 

En este sentido, en tanto que la libertad no nos proviene ni de nosotros mismos ni de los entes con los que nos relacionamos tenemos que pensar que esta libertad sea algo fuera de nosotros y además fuera de la naturaleza. Necesitamos considerar que la libertad tiene su origen, si es que puede decirse así, en algo extra humano y nos viene dada como algo regalado, es decir como algo no obtenido a base de esfuerzo humano. Sin embargo, tanto Dios como la Nada resultan ser algo extrahumano, por lo que cabe preguntarnos si algunos de ellos es el fundamento último que buscamos y si elegir a uno anula al otro.
Considérese que la condición del hombre es de inseguridad, de incertidumbre y esto lo conduce a un estado de miedo ante el riesgo de la contingencia de todo lo humano. De hecho, es justo la contingencia humana la que hace volver la mirada al que interroga a lo trascendente en un intento por conquistar el control y la disponibilidad de lo indisponible. Aquí cabe hacernos otra pregunta, entonces ¿recurrir a Dios es salvación o condena? Es decir ¿se recurre a Dios como solución a la contingencia humana o sólo como evasión y anestesiamiento de una nota constitutiva del hombre?

No podemos dejar de considerar al reflexionar sobre la realidad de Dios la responsabilidad y el compromiso que el hablar acerca de Dios imprime en la atención al más necesitado. Esta es la enseñanza evangélica, por excelencia, que ofrece Jesús de Nazaret: a Dios se le encuentra y se le atiende en el hermano, especialmente en el marginado. De este modo, ya sea como experiencia de sentido último o como experiencia de encuentro, la actitud cristiana ve en Dios una respuesta a su existencia, pero la conciencia de dependencia y obligación conlleva unas condiciones antropológicas concretas para poder ser verdaderamente de carácter religioso: ha de tener como finalidad humanizar al hombre y favorecer su cumplimiento como persona sin absorción ni apoderamiento, pero sin perder de vista que solo ama a Dios quien se ha experimentado amado por él, con lo que aun cuando la religión sea experiencia humana tiene un sustento extra o sobre-humano, es decir divino.

Para concluir, lo divino interpela al hombre en toda su humanidad, por ello mismo para el cristianismo es tan importante el misterio de la Encarnación, en la que el mismo Dios se hace hombre. Sin embargo no hay que perder de vista que en el acto de captación objetiva, la aprehensión de lo que signifique “Dios”, va ligada a un enmudecimiento ante el mismo, debido a que al enfrentarse a lo misterioso éste resulta siempre huidizo y escurridizo. A pesar de ello, no podemos perder de vista que para el creyente, el Dios de Jesucristo, que es fundamentalmente “Papito”, no es de ninguna manera un ideal o una proyección, sino radicalmente una realidad, más aún una realidad que configura su manera de ser y de existir, una realidad que se aparece, se revela, apela al hombre y le exige responsabilidades. En consecuencia, la reflexión teológica no puede ser simple actividad trivial, sino más bien actividad fundada en la reactividad, y reactividad que de ninguna manera puede ser enajenante, ni mucho menos alienante, sino todo lo contrario, reactividad que hace al hombre volver la mirada a lo que lo libera de manera más radical y lo hace más humano entre los humanos, es decir que lo hace ser alternativa de vida para dar motivos de esperanza.

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