martes, 14 de septiembre de 2010

Un breve EnSaYo SoBrE La Fe

A la luz de la experiencia filosófica nos encontramos con el elemento crítico muchas veces no muy bien visto por el ala tradicional de la iglesia, pero ¿acaso no la crítica es un momento para detenernos a pensar mejor las condiciones de posibilidad del mensaje evangélico? El ejercicio de filosofar (o el intento al menos) demuestra hombres y mujeres que están dinamizando una respuesta hacia la problemáticas de la vida, en estos momentos de la historia no podemos seguir arguyendo condiciones de un mundo fantástico, en muchos momentos mítico que en otrora era fácil de convencer, los tiempos van cambiando y con ellos las mentalidades de las generaciones, y las respuestas tienen que ir adecuándose a las experiencias que el mundo genera.

La fe en Jesucristo no considera momentos específicos o de misterio (aunque hay que reconocer que el misterio está en todo lo que ligamos a la experiencia divina), sino que el Jesús quien intenta revelar el misterio, es quien intenta llevar a una nueva reflexión sobre la revelación de Dios en el mundo, no como fuerza intocable, sino como acto vivo y creador, que por amor se hace presente en la existencia individual y colectiva de la humanidad.

Esta acción divina supone un elemento de reflexión natural del hombre que se ve en un momento franqueado ante la maravilla del misterio, en total reconocimiento de su ser creado, en este acto se establece una conexión hacia aquello que es lo que le fundamente una necesidad primero de que se le haga presente y por otro lado de acogerle en su vida.

La aproximación a la fe que pretendemos realizar tiene como punto de partida la reflexión del Karl Ranher, y su concepción teológica antropológica de la realidad por demás atinada y que es base de la nueva idea eclesial contemplada por el Concilio vaticano II.

En el desarrollo de la teología trascendental se comprende la integralidad de la estructura antropológica de la persona humana y su relación trascendental con la autocomunicación amorosa del misterio absoluto que llamamos Dios. En medio de esta relación ubicamos el acto de fe como gracia de parte de Dios y respuesta libre de parte del hombre.

Al contemplar Ranher la estructura antropológica humana como totalidad de la experiencia de fe consolida una base no dualista de acto mismo de fe, pues se trata de un momento constitutivo de la noción humana, al contrario de lo que se pudiera pensar en las teorías tradicionales (que la fe se reduce al ámbito espiritual del hombre), el teólogo constituye una visión dada desde la existencia, y fundamentada en la acción amorosa de Dios como revelación histórica que engloba al ser humano en la totalidad de su experiencia de vida, la actitud del hombre desde esta perspectiva está íntimamente ligada a lo que en Zubiri se constituirá como el problema teologal del hombre, pues en éste supone al hombre en una actitud de religación que el fundamento de su existencia, religación que hace responder al viviente de una forma natural hacia Dios .

La definición de hombre que Karl Ranher nos ofrece es de basta ayuda para describir las consecuencia de entender una fe con categoría antropológica, en este sentido se presenta al ser humano como un ser persona y sujeto; "como un ser que trasciende; como un ser responsable y libre; como un ser que se pregunta por la salvación; como un ser sumiso a la disposición ajena; pero sobre todo, el hombre se reconoce como creatura frente al misterio absoluto”. En consecuencia la dimensión trascendental del hombre se interpreta como: ”apertura apriorística del sujeto al ser en general que se da precisamente cuando el hombre, cuidando y aprovisionando, temiendo y esperando, se experimenta como expuesto a la multiplicidad de su mundo cotidiano” en esta misma tónica encontrando el carácter de libertad del hombre podemos manifestar la condición que Ellacuría platea al describir al hombre como libertad de autodeterminación , esta autodeterminación nace de la experiencia trascendental para constituirse en dinamismo con un propósito que tiene que ver con la necesidad de situarse sobre sí mismo en virtud de identificar aquello que lo trasciende (Dios) y de reconocerlo como parte de su experiencia.

En el elemento de gracia como donación de Dios cabe mencionar que se trata de un concepto sumamente renovado en el cual interviene un carácter universalizado en proporciones bastante acertadas, ya no se supone una gracia al estilo San Agustín o Santo Tomás en las que se le refería como acto prominente y personal de Dios; la novedad radica en la condición de una gracia depositada en la revelación histórica de Dios en la realidad y materialidad del mundo.

Estas concepciones, por un lado, la de la actitud antropológica del acto de fe, y por otro, la de una gracia donada universalmente, nos hacen replantearnos el sitio y lugar de depósito de la revelación divina. La estructuración de iglesia a la luz de dicha revelación queda justificada enteramente, pero al contrario la de depositaria de la fe toma un nuevo matiz al quedar este problema ligado al hombre en tanto que hombre y no en tanto que experiencia religiosa.

Con todo esto queremos desembocar en la cuestionante que planteábamos al principio del ensayo, la fe en Jesucristo desde esta perspectiva se considera como un acto universalmente válido hacia la adoración del misterio creador, ya que es en Jesús en el que se revela total y abiertamente el Dios de la vida, de la revelación universal .

Una fe vista desde estas posturas invita al cristiano a valorar de una manera renovada su relación hacia Dios, como hemos visto no se trata de una adoración teísta de los santos, mucho menos de las consideraciones mitificadas y mistificadas de la experiencia de Jesús, aunque reconozco con mucho valor la experiencia de nuestro pueblos latinoamericanos y su religiosidad popular, en ella se puede deducir por medio de una reflexión indirecta la experiencia en el acto de fe, pero hemos de precisar que no se concentra total y únicamente en ese ejercicio religioso, en el cual muchas veces como pastores se alienta por el hecho de no presentar un esfuerzo porque el pueblo viva una fe más consciente.

El reto que se nos propone radica en la reflexión personal sobre esta situación de fe, como decíamos antes los pueblos viven una fe radical, en la cual han puesto todas su expectativas de vida y de trascendencia, ahora queda en nosotros valorar con qué intención promovemos un acercamiento del creyente a su natural trascendencia con Dios, si es por medio de ritualismos alienantes, por puro apego a una tradición muchas veces malentendida en la cual religiosidad la fiesta de los santos o del patrón de la parroquia quede por encima de la dimensión agraciante de la realidad, o ponemos especial interés en la consideración primordial de fe que se traduce en la valoración de la plenitud del hombre de cara al fundamento de su existencia.

En estos tiempos modernos en el cual se nos exige mayor rigor racional estamos ante la posibilidad de proponer una manera más interiorizada del hombre que permita dialogar con ateos, gnósticos científicos, etc. El punto de partida radica en el interés por proponer una nueva iglesia, a un Jesús revitalizado que hable al mundo de hoy desde las categorías de hoy.

Armando González.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Q' oNdA cOn DiOs??




En la vida cotidiana se hace uso de frases hechas para expresar admiración, gusto, susto, disgusto, acuerdo o desacuerdo, por ejemplo: ¡Oh, por Dios! ¡Que Dios nos proteja! ¡Dios mío! ¡Santo Dios! ¡Que Dios te bendiga! ¡Ve con Dios! ¡Quiera Dios! ¡Sabrá Dios! ¡Válgame Dios! ¡Primero Dios! ¡Gracias a Dios! Por mencionar algunas. Sin embargo, aunque éstas sean frases hechas o simples exclamaciones, cabe preguntar ¿a qué nos referimos al hablar de “Dios”? Ya que pareciera un término que puede ser usado para cualquier ocasión, pero que en determinadas situaciones puede causar equívocos, confusión o desacuerdos. De este modo, el término “Dios” no es tan inmediato, ni asequible, ni presente, no siempre familiar y en consecuencia, no tan fácil de postular como el “gran dato”, tal como la Ilustración pretendía plantearlo.

Con todo y a pesar de que en nuestros días el concepto “Dios” no parece ser un dato seguro, especialmente para la filosofía y la ciencia, no podemos dejar de lado el hecho de que es actual y que para un amplio sector de la población, particularmente para la gente sencilla, “Dios” no es sólo un concepto, sino toda una realidad, y una realidad que fundamenta y sustenta sus propias vidas.

Ahora bien, para creyentes y ateos, en sus vertientes radicales, no existe tal cuestionamiento sobre Dios, a unos por convencidos y a otros por descreídos. No obstante, hay un sector intermedio de personas que se debaten entre el “sí y el no” de la fe, que están a un paso de la creencia y a otro de la increencia. Sería injusto tacharlos de “tibios” cuando lo que buscan es poder hablar con sentido sobre la realidad divina de frente al mal, la verdad, el amor, la muerte, el absurdo y todo lo que aqueja a la existencia humana y se preguntan por Dios, por el hombre y por el mundo.

Es posible constatar que al hombre le viene inherente una inquietud que trata de explicar su mundo y que le interroga por el significado y dirección de su existencia, cosa que no encuentra en las cosas que se le aparecen a la mano, por lo que, busca insistentemente un principio y fundamento último de sí y su libertad. 

En este sentido, en tanto que la libertad no nos proviene ni de nosotros mismos ni de los entes con los que nos relacionamos tenemos que pensar que esta libertad sea algo fuera de nosotros y además fuera de la naturaleza. Necesitamos considerar que la libertad tiene su origen, si es que puede decirse así, en algo extra humano y nos viene dada como algo regalado, es decir como algo no obtenido a base de esfuerzo humano. Sin embargo, tanto Dios como la Nada resultan ser algo extrahumano, por lo que cabe preguntarnos si algunos de ellos es el fundamento último que buscamos y si elegir a uno anula al otro.
Considérese que la condición del hombre es de inseguridad, de incertidumbre y esto lo conduce a un estado de miedo ante el riesgo de la contingencia de todo lo humano. De hecho, es justo la contingencia humana la que hace volver la mirada al que interroga a lo trascendente en un intento por conquistar el control y la disponibilidad de lo indisponible. Aquí cabe hacernos otra pregunta, entonces ¿recurrir a Dios es salvación o condena? Es decir ¿se recurre a Dios como solución a la contingencia humana o sólo como evasión y anestesiamiento de una nota constitutiva del hombre?

No podemos dejar de considerar al reflexionar sobre la realidad de Dios la responsabilidad y el compromiso que el hablar acerca de Dios imprime en la atención al más necesitado. Esta es la enseñanza evangélica, por excelencia, que ofrece Jesús de Nazaret: a Dios se le encuentra y se le atiende en el hermano, especialmente en el marginado. De este modo, ya sea como experiencia de sentido último o como experiencia de encuentro, la actitud cristiana ve en Dios una respuesta a su existencia, pero la conciencia de dependencia y obligación conlleva unas condiciones antropológicas concretas para poder ser verdaderamente de carácter religioso: ha de tener como finalidad humanizar al hombre y favorecer su cumplimiento como persona sin absorción ni apoderamiento, pero sin perder de vista que solo ama a Dios quien se ha experimentado amado por él, con lo que aun cuando la religión sea experiencia humana tiene un sustento extra o sobre-humano, es decir divino.

Para concluir, lo divino interpela al hombre en toda su humanidad, por ello mismo para el cristianismo es tan importante el misterio de la Encarnación, en la que el mismo Dios se hace hombre. Sin embargo no hay que perder de vista que en el acto de captación objetiva, la aprehensión de lo que signifique “Dios”, va ligada a un enmudecimiento ante el mismo, debido a que al enfrentarse a lo misterioso éste resulta siempre huidizo y escurridizo. A pesar de ello, no podemos perder de vista que para el creyente, el Dios de Jesucristo, que es fundamentalmente “Papito”, no es de ninguna manera un ideal o una proyección, sino radicalmente una realidad, más aún una realidad que configura su manera de ser y de existir, una realidad que se aparece, se revela, apela al hombre y le exige responsabilidades. En consecuencia, la reflexión teológica no puede ser simple actividad trivial, sino más bien actividad fundada en la reactividad, y reactividad que de ninguna manera puede ser enajenante, ni mucho menos alienante, sino todo lo contrario, reactividad que hace al hombre volver la mirada a lo que lo libera de manera más radical y lo hace más humano entre los humanos, es decir que lo hace ser alternativa de vida para dar motivos de esperanza.